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Altea – La joya de la Costa Blanca

Altea

Altea no es sólo un pueblo, es un sueño que descansa plácidamente junto al mar.
Encaramada en la suave curva de la Costa Blanca española, sus casas encaladas se alzan en terrazas hacia la corona azul intenso de la Iglesia de Nuestra Señora del Consuelo, un faro para marineros, artistas y amantes por igual. Desde sus calles adoquinadas, el mundo se siente más suave, como si cada piedra y sombra transportara el susurro de siglos pasados.

Pasear por aquí es como seguir las pinceladas de una pintura viviente. Callejones estrechos, impregnados del aroma del jazmín y la sal del mar, conducen a plazas escondidas donde el tiempo se detiene. Los balcones rebosan de geranios, proyectando destellos de color contra las fachadas blancas iluminadas por el sol. Por todas partes, la luz danza: en los portales, en los tejados de terracota, en el suave oleaje del Mediterráneo.

A la orilla del agua, las olas hablan en un lenguaje de amor y anhelo. Las playas de guijarros brillan bajo el sol de la tarde, y al acercarse la noche, el horizonte se transforma en un lienzo de oro, rosa y violeta. En esos tranquilos atardeceres, Altea revela su verdadero yo: un lugar donde la belleza es eterna y el corazón se siente pleno y en paz.

Este pueblo te invita a relajarte, a escuchar, a respirar. Perderse en su magia es encontrar algo dentro de ti: suavidad, ligereza, una conexión con las alegrías más simples y puras.

Altea no es solo un destino. Es un abrazo tierno, un poema atemporal y un recordatorio de que el amor, como el mar que la acuna, no tiene fin.

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